“La religión es un asunto distinto.
Otros temas pueden presentarse, en grados varios, al estudio objetivo, y en algunos casos el compromiso personal sirve solo para distorsionar lo que debería de ser una imagen clara y balanceada. La religión es un asunto distinto porque aquí la objetividad sólo roza la superficie, saltándose lo esencial. Las llaves para la comprensión yacen dentro de la propia experiencia y ser del observador, y sin estas llaves ninguna puerta se abrirá”.
Charles le Gai Eaton
¿Qué tiene de especial la religión?
¿Qué tiene de especial la experiencia religiosa?
¿Es la religión algo único entre los seres humanos o un mero subproducto de procesos evolutivos, cognitivos, sociales y culturales, particular solo en el sentido de creer que algún ente sobrenatural es el causante y creador de todo lo que nos rodea y que la existencia misma del mundo no es algo explicable por la ciencia?
Estas preguntas han estado en el fondo de los debates respecto a la religión en sí en los últimos siglos desde la ilustración y su respuesta puede ser lo que para algunos trace la linea entre el creer y el descreer.
Si la religión no es única ni “especial”, entonces otros fenómenos, sistemas de creencia o ideologías deberían de ser capaces de sustituirla y reemplazarla, como el humanismo secular por mencionar un ejemplo.
En otras palabras, deberíamos ser capaces de encontrar sustitutos de cálidad.
Pero si no lo es, si es realmente única y por ende insustituible (y se ha argumentado que hasta natural), ello puede llevarnos a explicar por qué se ha rehusado a desaparecer y también a preguntarnos qué ofrece entonces la religión, o las religiones, que no podemos encontrar en otro lado.
Filósofos, psicólogos, sociólogos y demás figuras parecen asomar una respuesta y eso es la noción, búsqueda y anhelo por lo sagrado.
El Problema
En la vida social e internet las posturas hacia la religión son, por supuesto, variadas.
Unos creen. Otros no. A unos les importa. A otros no. Unos dedican su vida a su estudio y comprensión. Otros no.
A veces, sin embargo, surge cierto patrón incluso entre los que creen y es que, realmente, las religiones en sí no son necesarias. Que no hace falta pertenecer o practicar una formalmente para creer en “algo más” y que, en dado caso, se puede ser espiritual mas no religioso.
Las religiones en dado caso te ayudan a darle estructura y forma a esa creencia, te dan lo que podríamos clasificar de un “marco epistemológico”, pero hasta ahí.
El escritor y erudito islámico Charles Gai Eaton critica esta postura pues básicamente reduce el fenómeno religioso a un elemento más entre otros a nivel social y cultural, pretendiendo así el abordarlo e intetnar comprenderlo como a cualquier otro fenómeno.
Muchos hoy día sostienen, por ejemplo, que las religiones no son otra cosa que herramientas de manipulación y control que emergen como el subproducto de procesos de ingeniería social cuyo objetivo consiste fundamentalmente en establecer la dominancia de un grupo sobre otro y asegurar la cohesión y cooperación de los miembros de la tribu, la sociedad, el reino o el imperio.
Un problema que se vislumbra al hacer esto, al intentar analizarlas desde afuera y de manera objetiva, es que no se logra captar realmente qué elemento particular poseen estas, qué tienen de distinto, como para que no hayamos sido capaces entonces de idear o formular alternativas sostenibles ante la aparente innecesidad de marcos de referencia religiosos para continuar organizando y dirigiendo nuestras sociedades y conductas.
Como para que después de tantos milenios, tantos libros de Richard Dawkins y tantos podcasts “refutando” a las religiones, todavía sigan aquí.
La Religión Como Accidente
La respuesta a estas preguntas se pueden empezar a buscar no solo dentro de tradiciones religiosas, la metafísica, teología o en la filosofía, sino también en las ciencias cognitivas, la neurociencia, la psicología del desarrollo y de la religión y la espiritualidad.
En principio, al iniciar un viaje más académico al respecto, uno está tentado a afirmar la pre-establecida noción de que, así como nuestra misma existencia, la religión es un accidente evolutivo.
Una consecuencia de procesos naturales en la evolución de nuestra especie al arrancar nuestra trayectoria a nivel social y psicológico con funciones particulares que explicarían su constante presencia transcultural a lo largo de las eras y las épocas.
Unir a una tribu en función de una sola Gran Narrativa útil para la defensa, expansión y conquista de otros territorios en pos de la supervivencia, con Yahweh, por ejemplo y para efectos de los antiguos israelitas, funjiendo más como un Dios tribal que como uno universal.
O dar consuelo ante la ansiedad de muerte, o como subproducto del Complejo de Edipo o como fuente de sentido y explicación para fenómenos naturales que antes no se comprendían del todo.
En los círculos intelectuales occidentales, especialmente a partir de la Ilustración, lo anterior son cosas que se han promulgado, y que se sostienen, con pasión.
Por lo general se hace referencia a figuras como David Hume, Lyszczynski, Freud, Marx, Nietzsche, Comte, Russell, Schopenhauer o Skinner como los principales promotores no solo del ateísmo, el positivismo lógico y el naturalismo filosófico en la ciencia, sino también de que la religiosidad es básicamente reducible a una ilusión, un delirio.
A supersticiones sin basamento ni evidencia empírica, a un aprendizaje evolutivamente útil para el desarrollo social y moral de nuestra especie, a que la idea de Dios es incomprensible e insostenible ante la existencia del mal y el sufrimiento en el mundo justificable quizá para el desarrollo moral del hombre pero no en lo que respecta al mundo animal y natural; a un mecanismo de defensa contra la ansiedad, o a una fuerza con manifestaciones políticas para la cohesión y el control social.
Ninguna de esas posturas ha sido universalmente aceptada, por supuesto, ni siquiera cuando se proclamaron por primera vez. El ateísmo no era popular en Inglaterra en los 1700s y no lo sería hasta poco después de principios del siglo XIX.
Algunos encontraran estas explicaciones convincentes, otros no y hasta el día de hoy se han escrito docenas de cientos de libros, y millones de posts en internet, acerca de la Cuestión de Dios o de la religión.
Entre los primeros, sin embargo, podemos encontrar numerosos psicólogos y psiquiatras y ello marca la pauta a la hora de intentar encontrar con respuestas alternativas al por qué de la religión dentro de dichas disciplinas.
La Historia de la Psicología y la Religión
Movidos quizá por esta necesidad con un toque de ansiosa inseguridad por ser considerados una ciencia “dura”, natural y fáctica, basada en la razón, el naturalismo, el método científico de acuerdo a la escuela alemana de finales del siglo XIX y principios del XX, la medicina francesa en tiempos de Freud, los hechos y la evidencia empírica, durante los últimos 110 años podemos ver una suerte de desdén e indiferencia entre psicólogos y psiquiatras hacia la religión y la espiritualidad en un todo como fenómenos humanos a estudiar.
Los psicólogos académicos tienden a ser particularmente escépticos a estos temas y tienden a conformarse con explicaciones biológicas, evolutivas, antropológicas o sociales.
La gente cree en Dios, dioses o en experiencias místicas por necesidad de darle sentido y propósito a sus vidas y al mundo, para ayudar a afrontar eventos negativos como desastres naturales, la enfermedad y la muerte, por una tendencia evolutiva a atribuir agencia consciente a procesos naturales y que empieza desde muy temprana edad o porque les ofrece una sensación de pertenencia a un grupo y una “cura” a la soledad.
La dicotomía en el campo queda ejemplicada al comparar dos libros fundacionales por su impacto histórico donde, por un lado “Las Variedades de la Experiencia Religiosa” de William James le dio vida al campo de la psicología de la religión y la espiritualidad, y por el otro “El Porvenir de una Ilusión” de Sigmund Freud se encargo de herirlo casi de muerte.
Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, particularmente desde 1930 a 1960, el campo virtualmente dejo de existir y los psicólogos que se interesaban por el tema eran rápidamente ridiculizados o ignorados por sus pares.
Yendo un poco más allá, en lo que a neurociencia y psicología respecta, uno cabría preguntarse el cómo se puede aspirar a alcanzar la comprensión científica del comportamiento del ser humano cuando algo que le es tan caracteristico se deja a un lado o se explica con condescendientes reduccionismos?
Si a algún científico entre las ciencias del comportamiento humano y la ciencia cognitiva le interesa dar con una teoría que la explique tanto como pueda, la conducta religiosa ha de incluirse y estudiarse con seriedad.
Pero si los intentos son recibidos con burlas, difícilmente se puede lograr esta tarea y eso es lo que se ha observado hasta no hace mucho.
Robert Hogan, antiguo editor del Journal of Personality and Social Psychology, decía sobre esto en la década de los 70:
“La religión es la fuerza social más importante en la historia del hombre: Existe un campo legítimo llamado sociología de la religión. Pero en psicología, cualquiera que se dedique a la religión o intente hablar de ella de forma analítica es tachado inmediatamente de imbécil, místico, intuitivo y sensiblero, a pesar de que el libro original de William James, Las variedades de la experiencia religiosa, es considerado, creo yo, por casi todo el mundo como un clásico tanto filosófico como psicológico”.
Pero a todas estas, ¿son legítimas estas críticas a las que hace referencia Hogan?
Difícilmente puede ser este el caso.
Cada filósofo sobre cuyos escritos hemos erigido nuestras leyes y comprensiones del mundo y nuestra naturaleza, ha tenido algo que decir sobre la religión.
Cada rey, emperador o gobernante cuyos nombres hemos inmortalizado en la historia también.
Y virtualmente no ha existido ningún ejemplo de sistema de organización humano, desde la aldea o tribu más pequeña hasta los más grandes imperios, con excepción a albores del siglo XX y XXI, los cuales al igual que alguna forma de lenguaje y medio de comunicación, no presente su propia manifestación religiosa y su propia vena espiritual.
No ha existido ninguno que no reconozca algún tipo de dimensión espiritual en su cosmovisión y que no tenga a uno o varios dioses y entidades supernaturales en el centro y la base de su sociedad.
Cada cultura que ha emergido y surgido a partir de ellas serían, bajo esa premisa, una “creación” espiritual.
Si este resulta ser el caso, como bien pienso que es, entonces algo ha estado presente durante tantos milenios, claramente, ha de tener alguna función no solo meramente importante sino esencial con independencia sobre si se sostienen personalmente como verdades las doctrinas que postulan en relación a la existencia de elementos, fuerzas y seres más allá de lo (usualmente) empiricamente observable en el mundo natural.
Claramente ha de ser algo más que mera sugestión, ignorancia e irracionalidad pues las mismas facultades mentales, y el mismo aparataje neurológico que nos ha dado la posibilidad de aprehender y estudiar el mundo desde los ojos de la ciencia moderna, es el mismo que ha llevado a intuir o a profesar la existencia de un dios o varios.
No puedo evitar asomar la incomoda posibilidad de que, si se pone en duda o se desconfía de los procesos psicológicos responsables de lo último, habrá que empezar a dudar de lo primero también pues ambos parten de la misma fuente.
¿Pero qué pasa cuando se cree exactamente eso?
¿Qué pasa cuando, de pronto, te encuentras privado de algo que te ha estado acompañando durante tanto tiempo porque crees que ya no te es útil?
Lo primero que se puede discernir al respecto es que, súbitamente, empiezas a notar su ausencia.
Empiezas a darte cuenta del rol que tenía, la función que ejercía y del que no te fijabas por costumbre. Como quien lleva puesta una prenda de ropa durante horas y deja de notar su textura, o el calor que le provee, hasta que alguien le pide que se la quite.
Y como con toda falta y vacío, surge después la necesidad de llenarlo. De buscar reemplazos.
El origen de la psicología moderna en Occidente según Carl Jung echa sus raíces en este hecho. Dice el analista suizo:
En otras palabras, en medio de un clima donde pervive el hedonismo, el materialismo y el nihilismo, uno de los canales qe la necesidad religiosa del ser humano encontró para expresarse ha sido, o es, la psicología y en particular para el caso de Jung el psicoanálisis. Pero como las reglas del juego habían cambiado, esta psicología pasaría a ser secular y materialista en su mayor parte, terminando por ser así otro fracasado reemplazo.
Donde la figura del terapeuta sería ese sustituto más secular y moderno de lo que antes era la vocación y misión de shamanes, curas, sacerdotes, monjes y shaykhs.
A pesar de esto, uno nota que algo falta, y es aquello que precisamente hacía a la religión y a la espiritualidad de tiempos antiguos única y que ninguno de los ya mencionados reemplazos ha logrado emular:
La búsqueda de lo sagrado.
Lo Sagrado y lo Mundano
Kenneth Pargament, psicólogo, investigador y autoridad en el campo de la psicología de la religión y la espiritualidad, comenta años después de que el interés por estos temas revivieran en la academia psicológica que:
“La religión es por definición única, pues ningún otro proceso humano tiene como su centro a lo sagrado”.
En sus investigaciones desde principios de este siglo ha insistido y avanzado esta noción, afirmando que aunque hay por supuesto procesos en común con otros fenómenos psicológicos, como lo es la búsqueda de sentido y significado, lo religioso tiene la particularidad de establecer que ontológicamente existe tal cosa como algo “sagrado” y que dicha busqueda de significado se conduce con ello como meta o instrumento.
A este punto uno puede preguntarse qué significa que algo sea sagrado, o qué es siquiera lo sagrado.
Si empleamos el diccionario de inglés de Oxford, 1989, lo sagrado se entiende como algo que se separa o se eleva por encima de lo ordinario y lo cotidiano y se estima por ende como santo. Algo que es digno o merecedor de reverencia, veneración, adoración, entrega y respeto.
Émile Durkheim, famoso sociólogo francés comenta en su definición,
“Pero por cosas sagradas no hay que entender simplemente esos seres personales que llamamos dioses o espíritus. Una roca, un árbol, una fuente, una piedra, un trozo de madera, una casa, es decir, cualquier cosa, puede ser sagrada. Un rito también puede tener este carácter sagrado; de hecho, no existe ningún rito que no lo posea en algún grado.
El círculo de los objetos sagrados, por tanto, no puede quedar fijado definitivamente; su ámbito varía sin cesar de una religión a otra”.
De esto se concluye por tanto que lo sagrado constituye un termino que cubre desde dioses hasta objetos que han sido santificados o tomados como santos por su asociación con un “algo más”, el mismo al que el propio William James haría referencia en sus escritos, y que posee usualmente un caracter divino o como representación, manifestación y hasta encarnación de dicha divinidad.
Otros fenómenos y procesos humanos podrán ejercer una función similar al de la religión y la espiritualidad en terminos de sentido, organización de sociedades y regulación o dirección de nuestro comportamiento, pero privados de este elemento de sacralidad parece ser el caso que nunca podrán realmente suplantarlo o presentarse como totalmente iguales.
De ahí el que una de las principales críticas hacia la modernidad y el proyecto postmodernista sea, precisamente, que en estos ya nada es sagrado ni intocable.
Raymond Paloutzian, otro psicólogo experto en el área hace eco de la misma idea afirmando que:
“Parte de la religión es única y parte de ella no; se necesita más investigación para afirmar cuál es cuál, y por qué. Una forma en que la religión parece ser única es que provee de un sentido último de significado en la vida centrado en lo que el individuo percibe que es sagrado”.
Podemos decir entonces que:
El corazón de las religiones es la idea de lo sagrado y eso es lo que las hace únicas.
La sangre que bombea y que insta el cuerpo a moverse en busca de ello es lo que conocemos por otro lado como espiritualidad.
Es el trabajo en conjunto de ambas en la sacralización de objetos de adoración, de dioses, santos y espíritus o el reconocimiento último de la existencia y adoración de un Único Dios lo que conocemos como el fenómeno religioso.
Conclusión
Reconocer o creer en algunas de estas cosas es apenas el primer paso, por supuesto.
El ser humano anhela conexión. Cercanía. Intimidad. Y ello mismo lo mueve a querer vincularse o establecer alguna relación con lo divino y con lo sagrado.
El carácter real a nivel ontológico de estas dos categorías resulta poco relevante, pues ya sea desde la psicología, las ciencias cognitivas, la antropología o alguna otra disciplina, lo que sí posee indusctible carácter “real” son los efectos del cultivo de este tipo de vínculos con “lo sagrado” en el comportamiento y las sociedades de los seres humanos.
Es una de nuestras relaciones más largas, más sufridas pero también más amadas. Raymond Paloutzian, otro psicólogo experto en el campo de la psicología y la religión, hace eco de la misma observación:
“Nada ha desempeñado un papel más persistente y duradero en la vida personal y social de los seres humanos, incitándoles a la vez a los más maravillosos actos de amor y a los más grotescos actos de brutalidad”
Es en estos esfuerzos por intentar vincularse con lo sagrado donde reside una de las principales diferencias entre el antes y el ahora, pues la modernidad en su concepto materialista y naturalista de la existencia fundamentalmente ha de rechazar que nada de esto sea siquiera real o tenga alguna dimensión “real”.
Pero, en resumen, lo anterior constituya la principal razón por la que las religiones son únicas.
Porque representan el erigir, la cristalización, en la forma de iglesias, mezquitas, sinagogas, templos y santuarios, de esta experiencia individual de un ser humano con lo sagrado.
Jesús, Muhammad, Moises, Abraham, Zoroastro, Buddha.
Cada institución religiosa de la que estas figuras han sido sus fundadores o principales guías y maestros, empezaron con una experiencia directa, privada y personal con lo sagrado sin la cual jamás habrían existido en primer lugar.
Tal es su función e importancia, que a pesar de que las instituciones hayan caído en general en desuso y popularidad, esta necesidad espiritual de la que hablaba Jung continua latiendo a falta de sustento.
Volviendo al anterior punto respecto al ser espiritual, mas no religioso, en esto reside precisamente el origen de lo que observamos en la actualidad.
Dicha necesidad, en ausencia de canales tradicionales y establecidos a través de los cuales canalizarse, aunado a la profunda desilusión y desencanto hacia el mundo moderno y hacia las religiones y las instituciones en general, ha llevado a que ahora exista esta profusa bifurcación entre el ser espiritual, y el ser religioso.
La socióloga Grace Davie describió este fenómeno usando la breve frase “Believing without belonging”, es decir, creer sin pertenecer.
Sin pertenecer al cristianismo, al Islam, al judaísmo, al hinduismo, a esta u otra religión pero aún así, creer.
El internet es una de las fuerzas postmodernas que han magnificado este fenómeno mucho más que cuando Davie originalmente formuló su tesis y probablemente más de lo que habría esperado, y hoy día se está ante una nueva ola de formas de espiritualidades postmodernas.
Sea que hablemos de panteísmo, deísmo, paganismo y politeísmo, o los sincretismos que se pueden encontrar en círculos de internet como witchtok o shifting, es al menos mi opinión de que no pasará mucho tiempo hasta que estemos ante una suerte de revivificación espiritual motivada por la misión de “re-encantar” el mundo sumido en la intelectualización y el desencanto que diagnosticara Max Weber.
No por nada hasta pensadores ateos famosos como Sam Harris igual han hablado y promovido prácticas espirituales divorciadas de instituciones religiosas y de doctrinas y dogmas concretos como la meditación y el mindfulness.
O un fenómeno un poco más reciente, es también la razón por la que ahora se habla cada vez más de tal cosa como cristianismo cultural.
Término que parece aludir a estas personas que aunque no crean en Dios, aunque no crean en los principios del cristianismo o aunque no crean en el sentido espiritual, metafísico, religioso de la existencia, igual se conducen de acuerdo a enseñanzas dentro de esa tradición religiosa en particular.
En otras palabras puede haber una paradoja en el sentido de que alguien puede ser ateo, como Richard Dawkins por ejemplo, e igual identificarse como culturalmente cristiano.
Quizá porque, en el fondo, sabe que los reemplazos como mucho sirven como una anestesia cuyo efecto tarde o temprano se perderá dejando tras de sí nada más que un frío y opaco abismo.
Que la religión es, ciertamente, única.
Que tal parece ser realmente el caso que constituye un fenómeno insustituible y que un mundo que la ha perdido resentirá su ausencia en perpetuidad hasta que se tome la decisión consciente de traerla de regreso.
El Rabino Harold Kushner resume elocuentemente esto al decir que:
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